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Marilyn Monroe

  • Francisco J. Bellido
  • 27 abr 2011
  • 2 Min. de lectura


La noche del 5 de agosto de 1962, Marilyn Monroe, el rostro más popular de América, moría víctima de una sobredosis de Nembutal.

La rubia insinuante del calendario, la mujer que había decorado bares, tiendas y talleres, y cuyo cuerpo había elevado Hugh Heffner a la categoría de sex-symbol nacional al elegirlo como estrella del primer número de Playboy, iba a morir sola, tras intentar localizar telefónicamente a Bob Kennedy.

Acababa de cumplir 36 años, y una nube de misterio, silencio y conspiración envuelve su final. ¿Quién mató a Norma Jean? Hija ilegítima, conoció orfelinatos y hogares adoptivos. Un fotógrafo que hace un reportaje sobre la industria de paracaídas se fija en ella, y ahí se inicia su carrera hacia la fama. Los primeros papeles son cortos, intrascendentes, pero el público comienza enseguida a fijarse en aquella rubia impresionante.

John Huston le ofrece su primera gran oportunidad en La jungla de asfalto. Luego será la esposa infiel en Niágara, la incompetente secretaria de Cary Grant en Me siento rejuvenecer, la seductora miope en Cómo casarse con un millonario, la enamorada de las joyas en Los caballeros las prefieren rubias, la dulce cantante en Con faldas y a lo loco, la mujer desgarrada en Vidas rebeldes,…

Admirada por príncipes y presidentes, deseada por millones de espectadores, Marilyn no encontró nunca la estabilidad sentimental que tanto ansiaba y sus cuatro matrimonios acabaron en divorcio. Ni el sencillo Joe Di Maggio ni el pigmalión Arthur Miller consiguen que la felicidad de la actriz dure más de algunos meses.

Tímida, introvertida, insegura, intentará romper el molde que Hollywood le ha impuesto y ser una actriz de verdad, para lo que asiste como una alumna más a los cursos de Lee Strasberg en New York. Pero la presión de productores, críticos y periodistas del corazón, va a ser superior a sus fuerzas. Era demasiado hermosa, demasiado complicada, y sólo pudieron amarla los que únicamente podían verla reflejada en una pantalla. Por desgracia esto no bastó.

Una vez dijo: “Una carrera es una cosa maravillosa, pero no sirve para acurrucarse contra ella una noche de frío”.


 
 
 

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